
Hace bastantes años tenían mis padres una finca de encinas, cerca de Ciudad Rodrigo, en la provincia de Salamanca. En la casa no había luz eléctrica y por las noches nos alumbrábamos a base de multitud de quinqués de petróleo colocados estratégicamente por las paredes o sobre aparadores y mesas. Era una luz especial y muy bonita, que yo recuerdo con gran cariño. Pues bien, las tulipas de los quinqués se ennegrecían con la llama y todos los días veía yo a mi madre limpiándolas sobre la mesa de madera de la cocina.Más de una noche he leído yo revistas antiguas de Caza y Pesca a la luz de uno de esos quinqués. Y al día siguiente aparecía el cristal limpio como una patena. Acertadamente pensaba mi madre que los cristales limpios permiten mejor el paso de la luz.
Hay, no obstante, otros tipos de suciedades que salpican continuamente nuestras vidas y que no se deben a ninguna exigencia ni decoración. Me refiero a la suciedad moral y material que nos rodea. Mires por donde mires hay gente sucia y pringada. El que no trinca de aquí, trinca de allá, el que no genocidia ahora, genocidió antes, unos insultan y calumnian y otros son insultados y calumniados, se "salvan" países masacrando a la mitad de la población y casi convirtiendo a aquel tirano en un alma bendita, se aúlla en contra de intentos de paz-más o menos acertados en su procedimiento, pero de paz-, se da la espalda a millones de personas que arriesgan su vida en una barca para no morir de hambre en su tierra, se roba a manos llenas desde organismos públicos, y, en fin, nos estamos cargando literalmente el planeta y se hace poquísimo para remediarlo.
Esta suciedad y otras muchas que me he dejado en el tintero hacen que lo nuestro se parezca cada vez más a un "western" violento en el que siempre aparece un quinqué con la tulipa más negra que los cojones de un grillo.Pero yo tengo puesta mi confianza en algunas personas que luchan para que esa suciedad desaparezca y en contra de otras personas que parecen no querer que se consiga.